En solo seis años se ha duplicado en España el número de adolescentes que practican el botellón una vez por semana. Lo alarmante de esta cifra es que las prohibiciones tanto de comprar como de consumo a los menores de 18 años no han tenido el más mínimo efecto para frenar una práctica que se extiende imparable independientemente del sexo y del nivel social o educacional. La explicación puede estar en que beber alcohol ha pasado de ser un medio de socialización y de ocio a un fin en sí mismo. Embriagarse no es ya una probabilidad, sino un objetivo perseguido conscientemente. A las instituciones compete hacer cumplir la legalidad y habilitar medios eficaces para ello. Pero son los padres quienes deben responsabilizarse de prevenir y de impedir que sus hijos caigan en la descabellada adicción de beber para emborracharse.
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